• 19 de Abril

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¿Qué hago aquí?  ¿Cómo llegué a este estado?

Nací en Valdivia, hace mucho tiempo –a comienzos del siglo XX- en los Astilleros Behrens, por encargo de la Sociedad “Klenner, Niklitschek y Cía”.  Me trasladaron por partes al Lago Llanquihue y Puerto Varas fue, desde entonces, mi hogar.  Me bautizaron con el nombre de “Vapor Santa Rosa” y me sentí muy orgulloso, porque era el barco más grande entre los muchos que navegaban surcando las olas de este maravilloso lago y porque me habían hecho de fierro, el único entre todos.

Mi viaje inaugural fue en el año 1903, conociendo entusiasmado el trayecto entre Puerto Varas y Puerto Octay, el primero de tantos que seguirían, pero eso aún no lo sabía.  Fui descubriendo la gran cantidad de pequeños puertos de la cuenca, como Llanquihue, Frutillar, Centinela, Puerto Fonck, Ensenada… Me asombraron los muchos muelles que se habían construido para recoger y dejar las cargas de madera y productos agrícolas de los diferentes fundos.  Claro, no había carreteras. 

Como cumplía muy bien con mis tareas, me fueron vendiendo y comprando en los años sucesivos.  Así conocí a los señores de la Sociedad “José Matzner y otros” en 1910; al señor Cristino Haase, en 1914 y a don Augusto Minte, en 1915.  Si no me equivoco fue en el año 1918 cuando se enamoró de mí el señor Carlos Enrique Heim Raddatz, que ya no me soltaría hasta el fin de mis días –aunque eso tampoco lo sabía entonces.  Naviero apasionado, me regaló dos compañeros para acompañarme en las travesías: El “Correo” y el “Cóndor”, más pequeños y destinados principalmente a cargas y funciones reducidas.  Pero, a mí me quería tanto, que mandó a que me partieran por la mitad. ¡Qué susto!  ¿Por qué?

Fue para mejor, porque en la Maestranza “Schubbe y Boegel” me refaccionaron por completo y aumentaron mi tamaño.  Fue como nacer por segunda vez en ese año 1938.  Ahora tenía 36 metros de eslora, en vez de los originales 28;  mis bodegas fueron más grandes y mis ahora cómodas y lujosas cabinas podían recibir entre 150 y 200 pasajeros, superando los 80 de mis comienzos.   En mis dos mástiles ya no se izarían las velas de antaño y las grandes hélices, impulsadas por potentes calderas en la sala de máquinas, me convirtieron casi en un pequeño acorazado, surcando con una velocidad promedio de 9 nudos las a veces encrespadas olas.

Don Carlos cambió mi destino, convirtiéndome en el eslabón más importante en la cadena de relaciones internacionales con Argentina, tanto desde el punto de vista turístico como comercial.  Mercaderías que llegaban a Puerto Varas desde Puerto Montt y Puerto Octay, las transportaba hasta Ensenada; desde allí se llevaban hasta Petrohué y Peulla, para atravesar la Cordillera hasta Puerto Blest y Bariloche.  Recuerdo que en 1941, se embarcó en Ensenada el cardenal argentino Mons. José L. Coppelo, proveniente desde Buenos Aires, para participar en el Congreso Eucarístico de Santiago.  Tuve el honor de atender en mis cabinas a muchas autoridades importantes, nacionales e internacionales, además de contar con la preferencia de las familias que llegaban a Puerto Varas a veranear. 

Cuántas anécdotas podría contar, pero lo dejaré para otra ocasión, porque ahora me preocupa otro asunto.  Después de mi desguace en 1956 -que quedó a medio terminar-  un temporal arrojó los restos de mi esqueleto a la playa, donde aún se pueden observar en el lugar cercano donde, antaño, estaba ubicado el muelle al que me atracaba mi capitán.  Han pasado ya más de 60 años y parece que casi nadie me recuerda.  Escucho los comentarios de las personas que pasan, despectivos la mayoría, y me duele.  No conocen mi Historia y sólo quieren deshacerse de “un montón de fierros viejos”.  ¡Son mis huesos…!  Pero, han surgido grupos que sí quieren rescatarme; dicen que soy “patrimonio histórico”.  No sé muy bien lo que eso significa, como le pasa a la mayoría de la gente.  Hace poco, parecía que la autoridad comunal también quiso ayudarme, lo que hoy se ha difuminado.  La excepción la encuentro en la “Asociación por el Patrimonio y la Memoria Histórica de Puerto Varas”, cuyo fin es rescatar lo que de mí queda y construir un Memorial al costado de la marina frente al Casino, para información y solaz de los ciudadanos de Puerto Varas y de sus visitantes, especialmente la juventud escolar.  Eso sería para mí un alivio y una esperanza y agradezco infinitamente su esfuerzo..  Ojalá la Municipalidad -parte importantísima en el resultado de este proyecto- se sume con su aporte.

En fin, que acontezca lo que el destino me tiene reservado.  Lo que sí puedo asegurarles, es que yo no los he olvidado.  Cuando siento que miran mis despojos, mi alma se estremece y siento el infinito deseo de abrazarlos y recibirlos nuevamente; los incluyo irracionalmente en mis recuerdos y no me rindo al olvido.

¡No estoy muerto!  Dejo en vuestras manos e intenciones mi destino.

 

Vapor Santa Rosa

 

Wolf-Dieter Heim Gessner

(Tu eterno amigo)