• 19 de Abril

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Teóricamente el Poder en democracia se distribuye entre el Ejecutivo (Gobierno), el Legislativo (Parlamento) y el Judicial. Ellos conforman el Estado y administran el monopolio de la fuerza. Su legitimidad depende de su origen (elecciones libres) y de su efectivo apego a la Constitución.

Pero a este constructo del Poder ejercido sobre la sociedad civil debemos sumar otros, más opacos y menos contenidos, agrupados en lo que se ha llamado los Poderes Fácticos, concentrados históricamente en los Políticos, la Empresa, los Sindicatos y las Iglesias, y más recientemente en la riesgosa ingeniería de las RRSS y su capacidad de paralizar y convocar al Poder de la Calle.

Cuando los balances del Poder en democracia han sido raptados por los ideologismos y la corruptela de manera que el Estado se transforma en una caja repartidora de poder y privilegios, una trinchera chica de intereses pequeños de las elites variopintas que lo paralizan en sus roles fundamentales, dejando en la práctica a la ciudadanía en un costoso abandono. Cuando las empresas y las instituciones desde la salud a la educación también han abandonado su rol sanador y productivo para hacerse parte de la Industria del Engaño, esa cuyo credo es suma cero, de manera que sus ventajas se construyen en torno a la información privilegiada, al abuso y corrupción de las normas y las autoridades, al permiso de edificación trucho y a la política de los hechos consumados, al “call center” y la creatividad de múltiples “trucos” al servicio del atajo especulativo cortoplacista de “hacer la pasada” y correr. Cuando las nuevas generaciones han sido abandonadas por sus padres que creyeron en la felicidad comprada en el Mall y ahora agobiados por las deudas deben salir ambos a trabajar dejando la formación de sus hijos a merced del mundo falso de “las pantallas”, de la calle y de una Escuela desesperanzada. Cuando esto ocurre, el tejido comunitario se ha debilitado y nuestra convivencia pierde su sentido, de manera que tanto el Estado como la Empresa tememos a la ciudadanía y a la naturaleza, evitamos escucharlos y acercarnos a ellos más allá del discurso, los hemos convertido en un botín para ser estrujado, porque “en la política todo vale” y porque “los negocios son negocios”. Esa es la prédica de un ser patológicamente desdoblado por dos morales paralelas e incompatibles, porque somos ciudadanos y empresarios, autoridad y ejecutores y porque somos parte de los delicados equilibrios planetarios que sostienen la vida. En esta locura, adoptamos el ritmo eufórico de la tiranía tecnológica sin filtros como un sino inalterable, aunque nos lleve a la especulación, al abuso, a la desconfianza y al engaño y lo pregonamos como “realismo”, “progreso” y como “inevitable”.

Y nuestro Planeta, nosotros mismos y nuestra Comunidad son las víctimas.

Cuando esto ocurre, los ciudadanos agobiados buscan expresión en una protesta masiva y se toman pacíficamente las calles.

A mi parecer el principal riesgo que corremos hoy día es que con el descaro que los caracteriza, protagonistas del engaño y la corruptela, no sólo han desoído el llamado a una profunda reflexión, al reencuentro honesto y conciliatorio desde las bases y desde nuestra institucionalidad para reparar nuestra comunidad dañada, sino que “a nombre de la calle” y con un irresponsable “sentido de urgencia” buscan imponer un conocido ideario fracasado, aún a costa de nuestra economía y de nuestra debilitada democracia.

Ellos no están ni han estado en sintonía con la gente que fue legítimamente a protestar ese Viernes arriesgando su pega, ni con los otros que creyeron encontrar en la calle el necesario reencuentro y la forma de solidarizar con ellos.

En mi opinión estos apurados voceros y protagonistas son más causa que solución.

Pablo Ortúzar A  

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