• 04 de Mayo

Sugeridos:


No es difícil conversar con algunos padres, quienes nos indican “que una cachetadita de vez en cuando no le hará mal a mi hijo(a)”. Para fundamentar esta opinión, agregan: “a mí me pegaban cuando chico(a) y ahora que soy grande, no tengo ningún trauma”. Esto último, es un mito que debemos descartar para salir de la ignorancia respecto a las consecuencias de castigar a nuestros hijos(as). Porque además, estas opiniones demuestran que las personas creen que para llegar a ser buenas personas, fue necesario el castigo físico. O sea, se VALIDA esta práctica y, por consecuencia, será heredada por sus hijos(as), quienes llegarán a pensar igual.

Con el avance que ha experimentado la neurociencia, se puede argumentar que cualquier tipo, frecuencia o intensidad de castigo físico aplicado a los hijos(as), acarrea consecuencias graves para su desarrollo y el relacionamiento positivo con sus padres.

Nosotros somos padres actuales. Fuimos educados con un modelo autoritario donde el mecanismo para disciplinar a los hijos(as), era el castigo físico (“coscacho”, “coscorrón”, palmadas, correa, entre los más usados). Pero en aquel entonces, no existía información científica sobre las consecuencias. En los últimos diez años, múltiples investigaciones han demostrado los perjuicios de esta práctica, para el niño(a) y también para su familia. Incluso, se comprueba que el castigo físico no cambia conductas, pero sí favorece y potencia la aparición de mal comportamiento y conductas de agresión; o sea, el efecto contrario de lo que se pretende lograr (“Journal of family Psychology”; 2015).

Si revisamos la neurociencia, se han realizado estudios en niños(as) que han recibido “palmaditas” desde pequeños (“Hormones and Behavior”), constatando un nivel mayor de hormonas del estrés, en comparación con niños que no han sido golpeados. La exposición prolongada de los niños(as) a castigos físicos, genera altos niveles de glucocorticoides (hormonas del estrés), que afectan negativamente el desarrollo cerebral normal. Por una simple razón: los glucocorticoides destruyen conecciones neuronales. O sea, cuando castigo a mi hijo(a), se genera una respuesta fisiológica: secreta glucocorticoides que destruyen parte de sus neuronas y en el largo plazo, afectarán su desarrollo cerebral.

En el plano psicológico, revisando la teoría del aprendizaje social de Albert Bandura, podemos sostener que los niños(as) aprenden las conductas de sus padres. Por lo tanto, un niño(a) castigado, será a su vez un(a) castigador(a) y su forma de relacionamiento social, será a través de la violencia. Revisando la teoría del apego de John Bowlby, podemos inferir que el castigo físico dañará los vínculos y el relacionamiento entre padres e hijos(as), de forma irreparable. Este efecto lo podremos ver durante la adolescencia y la adultez. Si usted castigó, no se queje de que su hijo(a) no se preocupe por usted cuando sea adulto. Por lo tanto, nuestro compromiso como padres con la parentalidad positiva, es informarnos sobre las prácticas que nos permitan controlar y supervisar a nuestros hijos(as), SIN APLICACIÓN DE CASTIGO FÍSICO. ¡¡¡Se puede hacer!!!...puede ser que tengamos que apelar a nuestra paciencia, puede ser que tengamos que dialogar más tiempo con nuestros hijos(as), puede ser que tengamos que ceder en algunos aspectos menores….pero todo esto habrá valido nuestro esfuerzo, pues tendremos una relación sana y de mucho cariño con ellos(as), que permitirá que crezcan sin rencores y desarrollando al máximo sus potencialidades. ¡¡¡Con amor de padres, se puede hacer!!!

Gonzalo De los Reyes Serrano

Magister en Educación; Coach en Parentalidad Positiva;

Director de la división Patagonia en la Fundación Innovación Educativa Chile