Una realista novela en forma de crónica. La noticia de que en estas páginas encontraremos una muerte está anunciada desde el principio. Es decir, todo lo sabemos desde el mismísimo título. Y, sin embargo, allí se encuentra el pobre lector corriendo tras de cada página, buscando quizá un atisbo de esperanza, de que no sea cierto.
Y lo anunciado sigue adelante, inexorable, sin tropiezos. Santiago Nasar tiene que pagar con su vida el honor mancillado de Angela. Y casi todo el pueblo sabe que los hermanos de la ultrajada lo buscan para cumplir con la obligación impuesta. Pero Santiago nada sabe y camina hacia su destino, sin saber lo que le espera.
Y así, la arquitectura de la trama se despliega con precisión de reloj atómico. El ritmo inclaudicable de la historia, con el antes, el durante y el después. Con la profundidad de los personajes, muy vívidos en su transmisión de lo que vieron y sintieron. Las casualidades, las malditas distracciones, los equívocos, las incredulidades y las mezquindades que hicieron inevitable lo evitable.
Están las tristes víctimas, no sólo Santiago, y están los victimarios, incluidos aquellos que pudieron hacer algo y se omitieron. Aquí en este pueblo, no vale la letra de esa canción bailable y tropical de Graciela Arango “Ese muerto no lo cargo yo”.
Porque, de alguna forma todos se cargaron a Santiago Nasar. Si hasta a mí como lector, me queda un saborcillo de culpabilidad, luego de llegar por segunda vez en la vida a la última página del libro.
Una genialidad del Gabo, que hay que leer. Y si lo leímos por obligación en el colegio, hay que leerla de nuevo para disfrutarla a plenitud.
