• 29 de Abril

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Un libro estremecedor. Aunque suene extraño, pero puede decirse que es un canto al dolor. Los más crudos relatos personales de protagonistas que vivieron su propia guerra. Y nada más simbólico para describir el horror, la pérdida, la destrucción y la muerte, que todo sea contado por quiénes dan vida. Por las mujeres. Muchas mujeres. ¿Y quién es, cual director de orquesta la que integra y armoniza estos testimonios? Otra mujer. Se llama Svetlana. Svetlana Alexiévich. La premio Nobel 2015. No podía ser otra persona.

La Guerra No Tiene Rostro de Mujer no habla de historia bélica, ni de relatos épicos o gloriosos en el campo de batalla. Al contrario, son testimonios personales y directos de mujeres que lucharon en el lado soviético durante la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria como le dicen por allí.

Lucharon desde casi todos los roles posibles: como artilleras, lavanderas, tanquistas, cocineras, operadoras de radio, panaderas, francotiradoras, pilotos de combate, partisanas, enfermeras. Ningún rol les quedó grande, ni en el frente de batalla ni en la retaguardia.

Y son relatos a escala humana.

Historias que hablan de la invisibilización de ellas. Del ninguneo. Casi como si no hubieran participado. A la hora de escribir las crónicas de la victoria, ellas no están a la altura que se merecen. Pero Svetlana las trae de vuelta. Y la primera versión del libro, de 1985, fue parcialmente censurada por el régimen soviético, ya que ¡Cómo no!, no se ajustaba a la verdad oficial, donde la mujer era recordada sólo desde su rol femenino y tradicional.

La guerra no sólo genera muerte. También socava el alma de quienes sobreviven. Pero siempre habrá esperanza, mientras quede algo de humanidad. Como dice Sofía, cabo mayor, francotiradora: “Creo que si en la guerra no me hubiera enamorado, no habría sobrevivido. El amor me salvó. Esa fue mi salvación”. O como señala Tamara, cabo mayor, técnica sanitaria: “Arrastraba a nuestro herido y pensaba…¿vuelvo a por el alemán o no? Comprendía que si le dejaba, pronto moriría desangrado…Regresé a por él. Y continué arrastrando a los dos…es imposible tener un corazón para el odio y otro para el amor. El ser humano tiene un solo corazón.

Un libro tremendo y conmovedor, de mucha dureza en los testimonios, pero también pródigo en mostrar resiliencia y voluntad. Comparto esta experiencia de lectura que no puede dejarnos indiferentes, justamente ahora, en este mes Internacional de la Mujer. Un abrazo a las mujeres del mundo.