• 24 de Mayo

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Si se trata de definir en una palabra la experiencia vivida al leer un libro, se podría decir que “La isla del tesoro” de Stevenson, calza con la palabra “amena”. “Las Uvas de la ira” de Steinbeck le queda bien decir que es “estremecedora”. “El infinito en un junco” de Irene Vallejo sería “sublime” y bueno, “La librería ambulante” es sencillamente “deliciosa”.

Christopher Morley, de cuya vida y obra no tenía conocimiento, escribió esta novela corta, creo que pensando en los lectores que aman los libros (nosotros), en hacernos pasar unas horas agradables y de ensueño. El libro resultante carece de pretensiones, de profundidad en la trama, pero apuesta a perfilar unos personajes que terminan siendo magníficos, creíbles y desde sus intereses y manías se van haciendo entrañables.

Diríamos también, que aquí se demuestra que se puede lograr un gran relato con una historia simple.

Helen, una mujer sencilla y solitaria vive en el campo con su hermano Andrew, en una granja del noreste de Estados Unidos, allá por los inicios del siglo XX. Por más de quince años, labora en jornadas de sol a sol cuidando sus animales domésticos, haciendo las hogazas de pan y casi todas las otras tareas del hogar. Andrew es el granjero dedicado a los cultivos, pero cada vez se dedica con mayor ahínco a escribir y menos a las labores agrícolas. Es un escritor de éxito incipiente y cada cierto tiempo sale a recorrer mundo para “inspirarse”.

Hasta que un día llega un exprofesor, ahora vendedor de libros, personaje algo extravagante arriba de un carromato tirado por un caballo y seguido por un perro. El carromato que se denomina El Parnaso es una librería ambulante y Roger, que así se llama el vendedor, busca comprador para su librería, caballo y perro incluidos.

Y allí parte lo bueno de esta historia, porque Helen, esta mujer desamparada y rutinaria contra todo pronóstico decide comprar la librería gastando todos sus ahorros, a escondidas de su hermano. Y así nuestra heroína se transforma en vendedora de libros recorriendo fincas y pueblitos rurales dando inicio a una aventura que, habiendo comenzado como un capricho, acaba por convertirse en la sustancia misma de esta historia deliciosa.

Un libro hecho para acompañar a Helen por caminos polvorientos a bordo del Parnaso, con cierta idea de que el paraíso puede estar por allí. Nunca será tiempo perdido hacer un recorrido con alma de predicador y corazón abierto, procurando que aquellos que no leen, lean un libro y los que leen, pues que lean mucho más.

Y queda instalada la idea de que salir de la rutina y atreverse a romperla puede tener nuevos significados en la vida. Viene a cuento recordar el dicho de que “las vueltas son las que dejan”.