• 06 de Diciembre

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Aproximando estas letras a los últimos días del año, siento en sus palabras una nostalgia anticipada de un tiempo más amplio. Puerto Varas escribe su historia en la década de los años 20. El estallido social, la pandemia, el proceso de migración comunal, el crecimiento de la ciudad, las ex autoridades en prisión preventiva, las guerras entre países, las amenazas nucleares, entre tantos otros conflictos. La verdad y la razón se enfrentan a la lucha por las estatuas, la definición de los nombres de las calles, el hambre de un legado, un puñado de memoria, que es también apenas arena entre los dedos.

Antes se hablaba de que Chile tenía un guionista, y con un ojo cinematográfico, escribía cada suceso. El sentido del espectáculo, de la polémica, el ruido rimbombante de la declaración de prensa, el multifacético video en Instagram, parece algo así. Una realidad con dedicación por el suspenso intrigante que no deja asiento para el borde. Los subtítulos permiten leer las verdaderas intenciones en letras pequeñas que cambian de color según quien las emite.

La aspiración de voluntad colectiva, desde la individualidad hiper conectada, es el reflejo de su propia soledad. El énfasis, delirante a ratos, se eleva como si fuera un cohete hacia las estrellas, cuando en realidad, termina siendo apenas un avión de papel, hecho con una hoja rayada con lápiz azul y rojo, llena de palabras tachadas y otras en mayúscula. Es como si la vida pública fuera la persecución de un momento específico que se multiplica, miles de fotos, todas con flash, hasta quedar ciego, mirando el brillo de una cámara que parecía el sol. La convicción se desliza como el dedo sobre la pantalla brillante de los teléfonos inteligentes, llenos de la presencia de personas inteligentes. Un lugar donde abundan los imperativos. La luz que no permite descansar. El reflejo ilumina también el tiempo perdido. Las figuras en las paredes de la caverna se mueven ante la cadencia de una certeza que presume lucidez y que jamás duda de su pluralismo, ni siquiera cuando endulza como tolerancia lo que es otra forma de imponer como justo, lo propio.

No están lejos los días en que Puerto Varas tenía todo el centro comercial lleno de latones para proteger las vitrinas. Ataques a la comisaría, corte de calle, incluso, denuncia por intento de quema de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Que no pasó tanto, comparado con otras comunas, puede ser cierto, pero el clima de incertidumbre durante esos días no se puede negar. Hace poco se informó del estado de avance de la reparación de la catedral de Puerto Montt con una millonaria inversión. Sus daños nunca debieron haber sido. La explicación y validación de la violencia emprendió como otra forma de violencia. ¿Quién es más saqueador? ¿Quién es más agresivo? ¿Quién es más opresor?  

La violencia paseaba en los discursos, en las palabras, en los silencios, en la ausencia de defensa por lo obrado en el pasado. Caminaba sobre el tejado de los treinta años, los treinta pesos del alza del transporte de Santiago, en el juicio público de las décadas anteriores. El clientelismo individualista esculpido como una forma de dignidad social en el centro de una plaza destruida por el peso de los pies. Envases de todos los portes, colores, tapas, para contener con sentido utilitario la liquidez del momento. Todas las causas eran bienvenidas en el palacio sin recepción, el albergue lujoso que no era albergue. Una caja de pizza familiar vacía, para compartir.

La dignidad, el patriarcado, el neoliberalismo, la plurinacionalidad, el estado regional, el rol de los privados, la participación ciudadana, el conversatorio, el rodeo como política pública, los procesos constituyentes y sus dos fracasos, el fin sin lograr siquiera reformar el sistema político. La mentira de Rojas Vade y la explicación de cómo nadie de los que estaba con él se dio cuenta. Los grupos de Whatsapp de amigos y familiares que discutían hasta que uno de sus integrantes se salía del grupo.

La conmoción es como mascar hielo. Todo eso pasó y quedó. Es parte del contenido de la prueba de historia de unos años más. La sensación de haberlo perdido todo, y de que no todo está perdido, mirando el destino con el asombro de su propia suerte.

Puerto Varas en diciembre entrará en una nueva etapa donde deberá consolidar su nueva realidad, post estallido social, post pandemia, post migración. El relato común merece con urgencia tener sentido como un hito de su propio aprendizaje. El fin de los buenos y los malos, el fin de los vencedores y los vencidos. Cerrar etapas. Madurar. La identidad de la comuna no resiste otra conflictividad épica que tensione la idea de la recuperación y de la transformación como dos fuerzas opuestas. El sentimiento de futuro a veces es una mirada por el retrovisor.