¿Alguien conoce a Tito Labieno? Yo creo que muy pocos. ¿Alguien conoce a Julio César? Pues todos levantamos la mano. Y sin embargo, el segundo debe en gran parte su gloria y su inmortalidad al primero.
Cayo Julio César y Tito Labieno se conocen desde niños, cuando a raíz de ciertos acontecimientos, también históricos, se encuentran en las calles de su barrio, el de la Suburra en Roma.
Y allí comienza una amistad que crece en el tiempo y a medida que comparten batallas y sacrificios en la Hispania y principalmente en las Galias. Tito Labieno es el segundo al mando, el leal hombre de confianza, el amigo en el que Julio César delega sus apuestas más arriesgadas. Como es sabido triunfarán, a costa de la libertad y el sufrimiento de las naciones avasalladas. La descripción de las batallas, de las que hay muchas, son narradas con arte, el ritmo no afloja, dejando espacio siempre a las operaciones políticas que en simultáneo y a distancia, Julio César nunca dejó de hacer.
Sin embargo, y esto es lo medular y por eso el libro se llama “La sombra de Julio César” ¿Puede estar la lealtad y la amistad más allá de la propia conciencia?
Me parece que el signore Frediani describe a Julio César tal como debe haber sido: un genio militar, un gran estratega, de una enorme capacidad de trabajo y de gran intuición política. Pero, también no olvidemos: un transgresor de las leyes y la constitución de la República romana, a mal traer en esos tiempos, pero República al fin, ambicioso a carta cabal, una persona que quería todo el poder para sí mismo, un calculador que no daba puntada sin hilo, y lo más terrible: un matarife de aquellas naciones que osaban levantarse contra Roma, porque tenían ganas de seguir siendo libres e independientes.
La trama se fortalece con algunos personajes secundarios: una princesa germana con vocación de reina, el hijo de Labieno, difícil de soportar y un guerrero germano que pasa a formar parte de la guardia de Julio César.
Tal vez nunca hubiera leído este libro. No tenía idea de Andrea Frediani y además de que ésta es una trilogía, la que trataré de seguir leyendo.
Ocurrió que en una junta de amigos de la vida, aburrido de que para mis cumpleaños sólo me regalen vinos (aunque siempre de buena categoría, reconozco que es injusto formular queja alguna por eso) y también otros regalos prácticos como alguna ropita, pedí la palabra y señalé que quería compartir una reflexión y un deseo: Que cuando me muera, dije, pongan en mi lápida “Aquí yace Juanquita, al que sus amigos nunca le regalaron un libro”.
Pasaron los meses y mi amigo Guty (el que hace la mejor plateada al palo), en mi cumpleaños de ahora, apareció con el libro aquí presente. Demás está decir que le apuntó medio a medio y le mando un abrazo por esto. Aunque él no lee mucho, ahora le diré que ojalá nuestra amistad no termine como la de César y Tito Labieno. Así tendrá que investigar.
Pero cuando sepa la historia, estoy seguro que me dirá: Eso jamás pasará, porque ambos creemos en la Republica y no nos gustan los dictadores.