Escogí leer este libro por dos razones: primero por curiosidad. Para tener claro por qué diablos este continente se llama América y no Columba o Colombia o Cristobalia en homenaje al que hizo la hazaña de cruzar primero ese ancho mar que en la perspectiva europea y de la época, sólo podía llevar al fin del mundo. La segunda razón es muy simple: porque lo escribe Zweig.
Al bueno de Cristóbal lo ningunearon en parte por ser de una idea fija: que había llegado a la parte de atrás de las Indias, a islas que le bloqueaban el paso a Japón, China, Cipango y todo eso. Nunca se planteó que tropezó con un tremendo continente. Y apareció por los palos don Américo que era diestro en documentar los hechos, quién publicó un pequeño escrito de 32 páginas que tituló Mundus Novus, todo un best seller en su época. O sea, esos territorios descubiertos no eran Asia, era algo nuevo que estaba ahí. Aunque parece que ni siquiera eso escribió. Y si fue cierto, en estos tiempos, don Américo hubiera sido el equivalente a un exitoso escritor de masas y gran comunicador en las redes sociales.
Así lo consigna don Stefan en este libro ameno, certero y bien escrito.
Luego, llega un cartógrafo, que muy creativo al dibujar los mapas, se le ocurrió ponerle América a esa torta aún informe que se estaba descubriendo, en homenaje al que primero habló del “Mundus Novus”. El resto es historia. Casi cuatro siglos de disputas de eruditos vespucistas y colonistas.
Y cuando las supuestas proezas pasan, según nos dice el europeo Stefan “porque los palacios de Moctezuma han sido saqueados y reducidos a ruinas, las arcas del Perú han sido vaciadas, todos los hechos y todas las vilezas de los conquistadores individuales han sido olvidados: la única realidad es América, una joya del mundo, una patria para todos los perseguidos, una Tierra, la Tierra del futuro”.
Y a esa realidad le puso nombre don Américo. Por el azar y por una comedia de confusiones y un mar tan grande de equivocaciones como el mismo Atlántico. Entonces ¿Quién fue este señor Américo Vespucio? ¿Merece la gloria inmortal de que su nombre lo lleve el único continente con nombre de mortal? ¿Qué es lo que hizo y qué dejó de hacer?
¿Realmente escribió ese “Mundus Novus” vendido como pan caliente en que aseveraba que los indígenas que por allí estaban, vivían 150 años y que cometían incesto y canibalismo a discreción, las mujeres eran voluptuosas y “urgidas por un exceso de lujuria” yacían con los cristianos a la menor oportunidad?
Vespucio falleció en Sevilla en 1512 sin saber que nos iba a dejar su nombre y la gloria compartida con su amigo Colón. Sí, porque fueron amigos hasta la tumba. Todo esto y mucho más lo cuenta magistral como siempre don Stefan, en esta crónica que parece una novela.