• 24 de Abril

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Ad portas del 8 de Marzo, día internacional de la mujer, y no el día de la feminista -vale la pena aclarar-, ya los medios de comunicación y las redes sociales nos bombardean de contenido relativo al feminismo y sus reivindicaciones. Dentro de este marco se ha dado a conocer un estudio encargado por la BBC, en virtud del cual según diversos sondeos realizados por YouGov y otros institutos, menos de una de cada cinco mujeres jóvenes se etiquetaría a sí misma como feminista en Reino Unido y EE.UU. En otros países no va mucho mejor: En Suecia (país donde más poder logró el feminismo) sólo atrae al 40% de las mujeres; en Francia, al 33%; al 17% en Finlandia y en Alemania sólo al 8%.

Puede sonar desconcertante para los medios de comunicación y los influencers en redes sociales, asiduos legitimarios de esta causa, que intentan engañar a las personas mostrando como si la opinión publicada fuese la opinión pública. Pero ya es hora de que abandonen el cómodo paraíso virtual e ideológico en el que viven y presten atención al mundo real. Veamos entonces, ¿por qué la mayoría de las mujeres no nos identificamos con el término “feminista”?. Probablemente porque nos ha quedado claro que dista mucho del movimiento liberal y sufragista que ciertamente buscaba la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres. Hoy nos enfrentamos más bien, a un movimiento que ha despojado a la palabra feminismo de su propia esencia de igualdad, pues no sólo busca la confrontación de hombres y mujeres sino que promulga y promueve la supremacía de estas. Somos muchas quienes no nos sometemos a la falsa creencia neomarxista de una estructura seudocientífica heteropatriarcal y un sistema capitalista que nos oprime. Porque a diferencia de este movimiento que se alimenta y financia de ese mismo “heteropatriarcado” contra el que lucha, (no hay peor patriarca que el estado) creemos en la libertad y en la responsabilidad individual. Nos negamos a considerarnos víctimas oprimidas, incapaces de lograr nuestros objetivos sin la ayuda y el intervencionismo del Estado, de sus fondos públicos y de sus leyes de cuotas.

Y es que hoy podemos ser testigos de las injustas y fracasadas políticas de promoción de la “igualdad de género” en distintos países, como en Suecia con el fracaso definitivo de las cuotas o en España con la aprobación de la ley contra la violencia de género, que agrava la penalidad y adjudica un plus de reproche penal al maltratador por el sólo hecho de ser hombre, cuestión abiertamente atentatoria contra la igualdad ante la ley.

Entre muchas otras razones, quizás la más significativa es que nos hemos encontrado con un movimiento profundamente discriminador, sesgado y absolutamente desconectado de la realidad de las mujeres trabajadoras, que no las representa y no plantea soluciones a sus problemas reales. Es más, sólo las han ridiculizado y utilizado para avanzar en sus agendas políticas y conquistas ideológicas.

La exposición pública de estas conductas y la profunda hipocresía que estas develan, han contribuido a que muchas mujeres hoy no concedamos legitimidad a este movimiento, esperamos que las autoridades no cedan ante la presión demagógica de dar atención a quién más grita, tendencia lamentable en la actualidad.

 

Katherine Montealegre N.

Licenciada en Cs. jurídicas

17.861.647-1