• 22 de Mayo

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[OPINIÓN] Silencio en Puerto Varas

Por: Pablo Hübner


Lo que ha pasado en el colegio Germania de Puerto Varas con la denuncia por bullying es una noticia que ha recorrido todo el país. Lo triste es que esto no es tan novedoso. Más bien pesa por la gravedad de los hechos. En menos de un mes se suma al caso de las amenazas de muerte a los profesores y las peleas entre estudiantes de otro establecimiento educacional en el centro, que terminan con la necesidad de que intervenga Carabineros. ¿Qué sigue? ¿Cuándo termina? ¿Cómo termina?

En cada uno de estos hechos hay probablemente tres grupos protagonistas. Quienes atacan. Quienes son atacados. Quienes observan y silencian. El silencio suele ser mayoritario: son más los que callan que los que atacan o que los que son atacados. La falta de acción ante lo denunciado delata una fragilidad preocupante. Cuesta entender que pasando tanto, durante tanto tiempo, se haga tan poco. Entre el amo del silencio y el esclavo de las palabras se tensiona la misma cadena. ¿Por qué callan?

El silencio de quienes sabían del bullying y no hicieron lo suficiente para prevenirlo, también es una forma de ataque. Manifiesta un problema profundo, ético y valórico, que va mucho más allá de contar con los protocolos necesarios y ejecutarlos según corresponde. Implica la evidencia de un temor ante una amenaza que cuesta entender. Compañeros, apoderados, profesores, vecinos: ellos saben quiénes son. Lo que no saben, o no quieren saber, es el dolor que han causado con su cruel indiferencia. El silencio también es un espejo en el que cada quien debería mirarse con atención, hasta ver el rostro que refleja ese silencio.

Los argumentos que defienden las medidas adoptadas y por adoptar, incluso con multas millonarias, no solucionan ni sanan en lo esencial. Peor aún, la afectada por bullying es quien debe cambiarse de curso, luego irse del establecimiento, seguir alterando sus rutinas, confiar en que no le volverá a pasar lo mismo en un nuevo lugar, soportar la exposición pública de su caso.

La situación no puede pasar inadvertida, menos ser simplemente comprendida como un caso aislado. El volumen de la violencia entre compañeros de curso, vecinos de la comuna, no puede ser el detonador de su relevancia y atención. ¿Cuántos casos más hay, más o menos graves, que se repiten todos los días, sin que esto sea advertido? ¿Por qué hay tanto silencio?

El problema de la violencia entre estudiantes va mucho más allá de los establecimientos educacionales. Lo que pasa en su interior es un reflejo de lo que pasa afuera. En cada casa, calle, cuadra, plaza, barrio de la comuna.

Puerto Varas puede solucionar esto de una vez y para siempre. De sus vecinos depende, representantes y representados, grupos educacionales, estudiantes, apoderados, profesores. La oposición a la violencia, en todas sus formas, más que una opinión, es una actitud que obliga acción.

Se necesita recuperar el respeto, el sentido de la autoridad bien entendida en la enseñanza, la garantía de ofrecer certezas a los estudiantes, no sólo el incentivo a las dudas que permiten relativizar todo, hasta hacer tolerable lo intolerable. Porque para los errores sobran las explicaciones y las justificaciones.Y lo más obvio, que lo importante sea importante, como el dolor de otra persona. Si eso no se aprende, ¿qué sentido tiene la educación?

Acentuar la dedicación profesionalizada hacia actividades que generan sentimiento de unidad, integración, equipo, es parte del camino. Construir un mundo solidario, empático, donde el respeto por la autoridad bien ejercida y una justa relación de guía y responsabilidad en la enseñanza, destrone los arrebatos de quienes creen que pueden destruir la vida de otra persona, mientras quienes pueden evitarlo, se callan. La vida cívica sin formar un sentido ético y moral es tan imposible como una sociedad sin seguridad. El silencio es parte del problema.