• 29 de Marzo

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Sin duda, uno de los aspectos que como países nos hacía sentir orgullosos era la rápida expansión en nuestras vidas de la tecnología, con todas sus extensiones.

Sentíamos incluso que ella democratizaba la sociedad porque permitía a todos los sectores tener acceso a la misma información sin distinción. Yo creo que eso es así, de verdad permite muchas cosas, entre otras facilita la comunicación, la entretención y el acceso a mucha información de la más variada y para todas las edades y condiciones.

Solo se nos olvidó un detalle, y en mi corazón resuena la frase de un adolescente que participó en la investigación del “No quiero Crecer” que decía que la “tecnología acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca”.

Esta frase me parece clave para lo que vivimos hoy. Una sociedad que no se mira a la cara, que no sonríe, que no se toca ni abraza y que tampoco reconoce el nombre de muchos de los que lo rodean. Una sociedad que prefiere mirar la luna por internet en vez de levantar la cabeza como muchas generaciones anteriores lo hacían para reconocer la cruz del sur, las tres marías y tantas otras más.

Una sociedad que no sabe casi nada del vecino y esto obviamente aumenta en la medida que se mejoran las condiciones de vida; paradójico no?, mientras mejor estamos de acuerdo a lo que el sistema define, más individualistas nos volvemos y en esos casos más influye la tecnología en el alejamiento, incluso en los miembros de una misma familia.

La tecnología es una herramienta que hoy más que nunca queda demostrado que hay que saber administrarla para que no dañe, como lo ha hecho hasta ahora, los vínculos afectivos.

Me impresiona como yo, que tengo 54 años, y que nací sin televisión, este sistema me haya hecho a mi y a millones más dependientes del sistema, donde veo a mi madre de 76 años ya casi sin poder funcionar sin aquella pantalla de la cual casi sin culpa nos hemos hecho esclavos.

Es muy loco y triste comprobar que aquella frase de “estamos conectados” es falsa o, por lo menos, no es verdad dentro de lo más profundo de los afectos.

Claramente para aprender de este momento, tenemos que volver a lo simple, a la conversación real, a mostrar vidas reales y no perfectas y “conectar” con el alma y los ojos de los otros para ver sus necesidades. Volver a la sobremesa, a juegos de casa y todo aquello que, de verdad, le haga un homenaje a la verdadera conexión y no a la que creíamos que teníamos y que se nos cayó a pedazos al ver crudamente la realidad, que al estar con la cabeza gacha mirando realidades ficticias, nunca vimos.

 

Por Pilar Sordo, Psicóloga