Dr. Franco Lotito Catino
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
“El ser humano es un hombre común en busca de un destino extraordinario. La persona con discapacidad es un ser extraordinario en busca de un destino común” (Ana Lía Trujillo, psicóloga clínica).
Cuando se habla de “discapacidad”, los conceptos y asociaciones mentales que afloran inmediatamente a nuestra mente son más bien de carácter negativo: discriminación, injusticia, aislamiento, pobreza, rechazo, entorno poco amigable. Lo aborrecible de todas estas conductas y actitudes es que cientos de millones de personas en todo el mundo se ven directamente afectadas en su dignidad y calidad esencial de seres humanos.
De acuerdo con los datos suministrados por la Organización Mundial de la Salud, tan sólo en el año 2023 se contabilizaban alrededor de 1.300 millones de personas con algún tipo de discapacidad importante en el mundo, ya sea de tipo físico, cognitivo o visceral.
La intención del autor de esta columna, es poner sobre el tapete de la discusión un tema que nos atañe directamente a todos nosotros, por cuanto, en algún momento de nuestras vidas, ya sea más tarde o más temprano, pasaremos inexorablemente a formar parte de la categoría de “discapacitados”: ya sea por causa de un accidente fortuito, por causa de una grave enfermedad, por sufrir algún tipo de deterioro cognitivo o, simplemente, por un tema de avanzada edad. Pertenecer al grupo humano de la “tercera Edad” no resulta fácil ni simple para nadie, así como tampoco lo es el hecho de que la persona sufra de algún tipo de impedimento grave que restrinja su posibilidad de insertarse con todos sus derechos y deberes en la sociedad a la cual pertenece.
¿Cuál es, entonces, nuestra obligación? Muy simple: sentar las bases para promover el surgimiento de verdaderos constructores de equidad, armonía y justicia. A la sociedad, al país y al mundo en que vivimos le hacen mucha falta. Ya no hay espacio para la neutralidad. La razón cae por su propio peso: no se puede ser “neutral” frente a la discriminación, no puede haber “neutralidad” frente a la odiosidad extemporánea ni frente a la desigualdad social. No hacer nada para poner fin a estas conductas y actitudes reprochables es, de hecho, reafirmarlas y formar parte de las mismas. Y eso, no es ser, precisamente, “neutral”.
Por otra parte, se requieren políticas de Estado y no sólo “parches y políticas de gobierno” –según sea el color, los intereses y la ideología del gobierno de turno–, por cuanto, parece ser una tradición con carácter nacional, que lo que construye el gobierno de turno, lo desarticula y destruye el siguiente.
Aquí no sirven las peleas internas y las guerras de un bando en contra del otro bando, sino que un sentido de la decencia, de unidad y del bien actuar. En este contexto, sólo puede ser de utilidad la construcción de un propósito y objetivo común: velar de manera comprometida por los derechos y el bienestar de los millones de personas que claman por ser escuchadas, y que dichas personas puedan ver cumplidos sus sueños de igualdad, justicia y felicidad. Diferentes, pero… iguales.