• 05 de Mayo

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El cerebro infantil: una extraordinaria máquina de aprendizaje

Dr. Franco Lotito Catino

Profesor del MBA de la UACh


“Todos tenemos un cerebro. La gran diferencia está en que algunos lo usan y otros no”.

 

Hasta hace un tiempo atrás, se creía que los bebés eran “seres irracionales” con un cerebro totalmente en blanco debido a que tenían un pensamiento y una experiencia muy limitados, es decir, eran algo así como una suerte de “tabula rasa”, donde todo estaba por escribirse. Hoy en día, por medio de los sofisticados equipos tecnológicos –entre ellos, los equipos de resonancia nuclear magnética y las imágenes que entregan estos instrumentos–, sabemos que este maravilloso órgano infantil es insuperable en cuanto a células, actividades cerebrales y conexiones neuronales, cuyo nivel de actividad duplica con facilidad al cerebro de un sujeto adulto. Es más potente aún, que aquellos adultos que le dan poco uso –o que mantienen en “cero kilómetros”– a esta extraordinaria máquina del pensamiento.

Esta errónea percepción del cerebro infantil ha cambiado radicalmente, ya que tal como lo demuestra la Dra. Alison Gopnik a través de un innovador estudio y autora del libro “El filósofo entre pañales”, los niños pequeños aprenden más y más rápido que los adultos, son más creativos e imaginativos, y tienden a experimentar el mundo que los rodea de forma más intensa que los adultos. Esto tiene una explicación lógica, racional  e, incluso, cuantificable: los niños pequeños tienen más neuronas a disposición, cuentan con más conexiones que los adultos y hay menos sustancias químicas que frenen, detengan o inhiban las actividades de sus circuitos cerebrales y conexiones nerviosas. Esta condición del cerebro infantil, es la que explica que los bebés y los niños sean capaces de aprender una enorme y sorprendente cantidad de datos, hechos e información en lapsos de tiempo relativamente cortos.

Estos bebés y niños pequeños están en condiciones de manejar con gran maestría diversas técnicas y habilidades, tales como hablar –y entender– diversos idiomas, dibujar el mundo que los rodea, o aprender a caminar, tres desafíos muy complejos.

A diferencia de los adultos, quienes necesitan desconectarse del resto del mundo para focalizarse y concentrarse en un aspecto determinado  de la realidad con la finalidad de poder trabajar de manera productiva, a los bebés esto se les hace imposible, por cuanto su cerebro está en permanente actividad, siendo inundado por múltiples estímulos que lo mantienen abierto ante todo aquello que le llega desde el mundo exterior. Hoy se sabe, que esta cualidad tan propia de los primeros años de vida de un niño es absolutamente imprescindible para que aquellas personas dotadas de talentos puedan desarrollar su creatividad y potencial, buscando soluciones novedosas a los problemas que va enfrentando día tras día.

En la medida que el bebé va explorando su entorno e interactúa con las personas que le están cerca, miles de millones de neuronas se activan, transmitiendo, en un constante ir y venir, impulsos nerviosos que fortalecen una diversidad de circuitos cerebrales o redes neuronales. Sin embargo, y esto es muy importante de tener en cuenta: si se comete el grave error de no enriquecer o estimular lo suficiente el cerebro de este bebé a medida que va creciendo, se produce un fenómeno irreversible llamado “poda neuronal” o “poda neural”, en que aquellas redes que no son utilizadas o que no son suficientemente estimuladas, van muriendo.