El Leviatán nace en los libros del Génesis y del Apocalipsis como un dragón rojo de siete cabezas y diez cuernos. Una figura de terror vinculada en la tradición judaica con el demonio. Thomas Hobbes es el responsable de darle a esta imagen mitológica su personalidad más conocida, en el “Leviathan” editado en el año 1650 y que finalmente Herman Melville personificó en la Ballena Blanca de Moby Dick, ese monstruo a la vez fascinante y terrorífico que sería el destino trágico del Capitán Ahab.
Para Hobbes, fundador de la Filosofía Política Liberal, el “hombre es un lobo para el hombre”, por lo que la sociedad para subsistir requiere de la imposición de un orden que sea consistente. De esta necesidad surgiría el “Contrato Social”, entre los mandados y el mandatario, un pacto de poder peligroso, entre el “Leviatán” (el Estado) como “mandatario” y la ciudadanía como “mandada”. En su contexto, este Estado tiene como misión fundamental asegurar la paz y la estabilidad al punto de incluso tolerar en su época, la Monarquía Absoluta.
Desde la revolución Francesa y especialmente con la Constitución Norteamericana, la Democracia moderna en occidente se transforma en el contenedor de los impulsos al gigantismo irresponsable del Leviatán. Cabezal, rienda y frenillo se conforman en la dispersión y equilibrio de poderes, intentando poner a los gobernados en la montura del jinete, estribos y apero completo para resistir el encabritamiento esporádico de la bestia y orientar sus impulsos en beneficio de la sociedad.
Así, en la tradición liberal, el Leviatán se identifica con la dinámica histórica que describe el comportamiento del Estado en las economías democráticas del mundo desde comienzos del siglo XIX, cuya tendencia primordial es maximizar su tamaño. Un monstruo voraz y vegetativo, a veces disfrazado de oveja benefactora, que tiende a devorar sin saciarse los esfuerzos de la sociedad civil y que en vez de cabezas y cuernos, desarrolla sistemáticamente nuevos ministerios, departamentos, provincias, regiones, comisiones, municipios, empresas, cargos, oficinas y proyectos, con el único objeto de crecer en tamaño, control y poder. Esta versión moderna el Leviatán se transforma entonces en una pesadilla cósmica, un Agujero Negro cuyo campo gravitacional engulle insaciablemente todo aquello que le rodea, hasta su destrucción.
En consecuencia, cuando la Democracia falla o se paraliza, el Estado ávido se desbanda y su tendencia al gigantismo, al control y al abuso se hace más evidente.
Una mirada al crecimiento del Estado en Chile desde comienzos del sXXI (desde un 18% del PIB a un 25%) nos alerta y deja en evidencia el debilitamiento de nuestra democracia, su creciente incapacidad de contener y exigir rendiciones al cúmulo irreversible de nuevos impuestos, doble tributaciones, nuevas Contribuciones, Peajes y cobros sumergidos, amén del déficit fiscal crónico que se quintuplica hasta el 5% del PGB en el período. Tras promesas mitológicas de distribución de bienestar, de derechos de papel y de sostenibilidad insostenible, el Estado así desbandado engulle el esfuerzo de la sociedad civil, interviene sus libertades, corrompe sus instituciones, destruye la separación de los poderes y reparte su botín en un cuerpo cada vez más obeso e inepto, deformado por células parasitarias que pierden gradualmente su potencia constructiva y su razón de ser. El síndrome del Estado Insaciable, la obsesión de Ahab, la profecía del Apocalipsis y el Agujero Negro de nuestra pesadilla.