• 16 de Marzo

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[OPINIÓN] La postergación del tren

Por: Pablo Hübner


El tren parte en diciembre de 2024. No. En enero de 2025. No. En febrero. No. En marzo. No. Nuevo anuncio y nueva fecha, ahora será en abril. Tal vez al principio, tal vez al final. Depende. Cuando quien fija los plazos no los cumple, es natural sentir inquietud. ¿Está funcionando esto? 

Esta semana la Contraloría Regional de Los Lagos alertó sobre los problemas que tiene el tren en cuanto a la seguridad. Esta inquietud ya había sido manifestada por los alcaldes de los tres municipios involucrados en el trayecto, algunos con más énfasis que otros. Durante el verano se instaló la nueva demarcación de los cruces, pare, mire, escuche, las lucecitas en el pavimento, la garita celeste que tapa la vista para ver si viene el tren. 

Desde EFE dicen que están solucionando todo para que todo funcione. Las medidas se adoptan mientras se van adoptando, para así, lograr el tan anhelado retorno del tren, que más allá de su valor identitario y su rol en el relato político, es también una pieza relevante para potenciar el transporte público.

Puerto Varas tiene un problema de movilidad evidente y que se ha prolongado durante años. Las soluciones se anuncian a granel: los buses eléctricos, la estación intermodal, la nueva salida norte, la semaforización inteligente, la pavimentación de calles urbanas pendientes, el mejoramiento de veredas, los incentivos para la bicicleta, incluso, la apertura de portones que pertenecen a grandes extensiones de parcelaciones, conviniendo los costos asociados a la mantención de los caminos. 

Cada uno de estos proyectos está atrapado en una cadena de normativas y procesos en curso: el plano regulador, la zona metropolitana, los planes intercomunales, el plan de conectividad interior de las cuatro comunas de la cuenca, con especial interés el tramo que falta entre Llanquihue y Puerto Varas. 

La llegada de marzo 2025, súper lunes, súper semana, recordó que, palabras aparte, la situación sigue bien parecida a como ha venido siendo los últimos años. El tránsito es lento, los cruces peligrosos siguen tan riesgosos como antes, la fila en los peajes es larga, justificada sólo por la tolerancia sostenida ante la costosa imposición de una tecnología anacrónica. Hasta la calle San Ignacio volvió a las inundaciones, luego de varios intentos por ofrecer una solución que no ha conseguido su cometido. Por su parte, la ruta cortada hacia Petrohué se ha convertido en un clásico que nunca conmueve lo suficiente como para lograr una solución definitiva. Lo único nuevo parecen ser los lomos de toro, que se multiplican sin mucha explicación. Es como un beso y chao, tenemos que apurarnos, porque todo va muy lento. 

La no llegada del tren es una pena. Claro, se puede entender, problemas de último minuto, cosas que pasan, para el tiempo que se ha esperado, esto es apenas una gota de paciencia, un mes más, un mes menos. Lo mismo podría aplicar para todos los otros casos, el grosero retraso del plano regulador y la dificultad de tener planes intercomunales sin tener actualizado uno propio, las nubes de lo que significa esta cosa de la zona metropolitana, entre otros áridos aspectos que recuerdan tanto, pero tanto, lo complejo que es que las soluciones sean más simples y rápidas. La tramitología se convierte así en un aporte al tráfico. Las explicaciones son como las luces rojas de los autos que iluminan las largas filas. Las explicaciones cansan cuando no hacen ni una diferencia. Mientras, se empañan los vidrios.

El retraso del tren, una vez más, hizo de su no partida otro viaje demostrativo de su suerte. Las promesas rotas promueven las grietas que han dejado tantos anuncios que quedaron en los rieles. El anhelo de que las cosas cambien y funcionen según han sido informadas contiene la desesperanza, mientras, se espera con justicia por certezas.  

El otro día fui a la estación. Estaba estacionado uno de los trenes. El otro aún no llega. El tren estaba cerrado. Sólo había un guardia y un papel con un mail para inscribirse en otro viaje demostrativo. ¿Cuántos van? ¿Son necesarios tantos? Tal vez sí, porque quien viaja en tren encuentra una felicidad en lo que el tren significa. Pero claramente, considerando las fechas, estas demostraciones no eran parte del plan. Más parece un aumento de costos previo a su llegada, que como se sabe, tampoco es gratis.