--¿De dónde vienes Irene? – Vengo de Caesaraugusta-… ¿Y qué estás haciendo? – Pues, “Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz”… “Y para que nosotros, los amantes de los libros sepamos de quiénes somos herederos. Y porque debemos a los libros la supervivencia de las mejores ideas fabricadas por la especie humana”.-- ¡Qué buena idea! ¡Mil gracias Irene!
Pocos libros logran de manera tan rotunda hacer realidad aquello de viajar a través de sus páginas en el tiempo y en el espacio. Sólo con los movimientos de mis dedos y de mis ojos, he recorrido 5000 años de historia y muchos lugares, para conocer y reconocer personas que nos han dejado una herencia: la de la palabra escrita en tablillas de arcilla, en papiros, pergaminos, códices y papel. Una aventura deslumbrante, vivida sin salir de casa.
Se me ocurren al menos cuatro razones para leer El infinito en un junco: Primero, por placer, porque Irene escribe de forma divina y en tono poético. Y es cosa de dejarse llevar por sus sencillas pero profundas reflexiones.
Segundo, por deber: Esto que tenemos hoy ha sido una construcción colectiva, de siglos de esfuerzo y creatividad. Conocer de la censura, los libros prohibidos, los libros perdidos. Los destruidos por el fuego y la estupidez humana. ¿Por qué un libro de tan inocente título como “El arte de amar” fue censurado y le costó el exilio y la muerte a Ovidio, su autor?
Tercero, por aprender: ¿Por qué algunos libros se transforman en clásicos? ¿Qué son los clásicos? Tal vez son esos libros que “se parecen a esos viejos rockeros siempre activos que envejecen en los escenarios, pero se adaptan a todo tipo de público y así nadie los ignora”. El futuro siempre tiene algo del pasado.
Cuarto, por no olvidar: De la antigüedad nos llegan voces como las de Séneca que nos dice “los homicidios individuales los castigamos, pero ¿qué decir de las guerras y del glorioso delito de arrasar pueblos enteros? Hechos que deberían condenarse los elogiamos porque quién los comete lleva las insignias de general". Hace 2000 años nos rayó la cancha, pero ¿a cuántos hemos admirado en los libros de historia por haber arrasado y sojuzgado a pueblos y naciones en nombre de la “causa” sea cual fuere?
Irene Vallejo, la zaragozana, nos pide siempre recordar que existió la grandiosa biblioteca de Alejandría, centro glorioso del saber en la Antigüedad, magna obra de los gobernantes Ptolomeos. Y rememorar también la visión, perseverancia y valentía de Heródoto, Esquilo y tantos otros seres humanos. Y aprender que no todo lo que brilla es oro, allí están las dudas sobre parte del legado de Platón.
Hoy, como ayer y mañana los libros hacen vidas más plenas. Y este libro infinito es un manantial de información y una puerta abierta hacia la Historia, que sólo hay que cruzarla. Y descubrir las joyas preciosas que se han escrito con el oro de las palabras.