"Nada sin alegría" (niente senza gioia), lema de la pedagogía Reggio Emilia, nos recuerda el rol esencial de las emociones en el aprendizaje. La alegría es una emoción expansiva que nos abre al mundo y a la aventura. Como explica Susana Bloch en El Alba de las Emociones, se expresa en un cuerpo abierto, una mirada expectante y una sonrisa que invita al otro: "Te puedes acercar a mí".
Tiffany Watt Smith en El Atlas de las emociones humanas (2022) destaca que "la alegría siempre ha estado vinculada al placer de estar con otros, un tipo particular de empatía". Mientras la felicidad se construye en solitario, la alegría surge de momentos compartidos, de esas "elevaciones inesperadas del alma". Por eso, el colegio es el mejor lugar para experimentarla: alegría de aprender, de compartir y de sentirse cuidado.
Pero ¿por qué es la gran emoción del aprendizaje? Porque mantiene la curiosidad despierta y el cerebro receptivo a lo nuevo. Gloria Flores en Aprender a aprender (2016) explica que "las emociones expansivas nos llevan a actuar de manera eficaz". La alegría impulsa a asumir riesgos, aprender de los errores y pedir ayuda, lo que es clave para el crecimiento.
Vivir en nuestra región también nos enseña sobre la alegría. El clima frío fomenta la resiliencia, y la naturaleza nos regala una sensación de asombro y conexión con el todo. En Intensamente, Pixar la representa como un brillo amarillo-dorado, un color que en el nórdico "gladr" significaba "brillante" o "suave", y que en español deriva de alacer, "vivaz". No es casualidad que "allegro" denote en la música un ritmo rápido y animado.
Regresemos a Reggio Emilia: Nada sin alegría. Asociarla con el aprendizaje desde la infancia es un regalo. Con ella, el error se vuelve parte del proceso, la creatividad florece y los proyectos colectivos cobran vida. Aprender con alegría no solo enriquece la mente, sino que construye resiliencia y bienestar. En definitiva, sentir alegría es poderoso y nos permite crear entornos donde el conocimiento y la humanidad crecen juntos.