• 23 de Abril

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Esta semana estuvo marcada por la conmemoración de los 125 años de la declaración de villa de Puerto Varas. Los aniversarios son un encuentro del tiempo con su realismo. Es una reunión con la interpretación. La significación. Lo que pasó, lo que está pasando, lo que podría pasar. La relación entre las personas y los lugares donde viven. El hecho de que todos somos pasajeros, junto a lo perdurable del legado. Las palabras, las intenciones, y las obras. Los aciertos y los errores con los que las nuevas generaciones, quienes seguirán siendo vecinos de la comuna, deberán lidiar.

Una comuna que respeta su pasado trabaja en su memoria. El recuerdo es una actitud que conmueve el presente, sobre todo considerando a los que partieron. Leer con respetuosa atención reflexiva los nombres de las lápidas en los cementerios, ver los molinos de vientos de colores. Las flores. Los peluches. El aniversario de Puerto Varas tiene que ver con esto. Con recordar a los que partieron. Quiénes fueron. Lo que hicieron. Aceptar la relación entre continuidad y cambio con justicia. No borrar el pasado.

La memoria mantiene por adversario al olvido. El olvido tiene muchas formas: reducir, cambiar, modificar, crear una caricatura conveniente de los hechos. Una moldura. El olvido está al acecho. El olvido nunca espera. Muchas veces llega sin avisar, pero siempre se deja ver en el estado de las cosas. Trabajar en la memoria es una manera concreta de proteger la memoria.

Puerto Varas es un puerto sin puerto. Del pasado navegante queda como registro la chatarra tirada en la playa principal del barco Santa Rosa. El estado de conservación del barco debería ser motivo de vergüenza a la vista. De las otras embarcaciones, de los otros muelles que integraron la cuenca del lago Llanquihue, se habla poco, y se hace menos. Con suerte para nombre de calle o de plaza. Hace unos años la iniciativa de crear un museo flotante que hable del pasado navegante inspiraba una oportunidad, pero por algún motivo, no prosperó.

Algo parecido pasa con el tren. Tiene un pasado que se añora y un presente incierto, sobre el que abundan los planes épicos de recuperación. El estado de conservación de la estación es deplorable. A lo largo de la línea es fácil encontrar basura. Vidrios rotos, latas de cerveza. En Puerto Varas todos respetan al tren. Una vez vi un colchón al costado de un cruce. Su abandono es un dolor.

El caso de sus iglesias también es triste. La mantención de los templos parece delegada a quien pueda mantenerlas. Un quién que es tan amplio como vacío. La necesidad de mejorar fachadas es evidente. Pero eso no pasa. La importancia de las iglesias más se enfrenta a la obstrucción visual de los nuevos lugares para la fe, como el mall.

En cuanto a las casas patrimoniales, están las declaradas y las que nunca se declararán, pero que no por eso pierden su valor. Lo probable es que, sin la restauración necesaria, en el marco de este siglo, serán retazos de la historia. Como los barcos. Restos.

En Puerto Varas suele imperar el discurso que distingue mañosamente entre los que son de acá y los que son de afuera. Contradictoriamente, esta localidad se entiende en la historia de personas que vinieron desde otros lugares. Fue así como se forjó el presente. La reciente ola migratoria post pandemia y estallido social, hacia la comuna, puede ser una oportunidad, pero es fundamental lograr que quienes decidan vivir acá, conozcan la historia local, su identidad.

Cuidar la memoria de Puerto Varas, proteger su identidad, conservar su identidad, es un deber existencial. Trabajar en la memoria es tan importante como trabajar en el futuro. Una comunidad sin identidad no puede ser comunidad. El presente necesita pasado. Sin identidad es muy fácil terminar siendo cualquier cosa. El intento de parecerse a otro para ser algo. La comuna debería pensar en cómo proteger su identidad con medidas concretas. Perder la identidad de la comuna es una posibilidad, incluso manteniendo el nombre y la ubicación.

Por: Pablo Hübner