• 20 de Abril

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El eclipse del día de ayer fue algo diferente. Durante la mañana parecía que la lluvia seguiría de largo y que apenas se vería. Al igual que en el resto de Chile, las nubes eran parte de la esperada fecha. Es difícil saber si se pudo ver en todos los lugares de la extensa comuna de Puerto Varas, pero en muchas partes sí se pudo ver. Entre las nubes grises y los claros celestes del verano, se produjo una pestaña ideal para el momento.

Entre las 12 y las 2 de la tarde la comuna de Puerto Varas empieza a cambiar de luz. Toda su identidad local, sus particularidades, la historia de quienes ya partieron y las obras que quedaron, se vieron iluminadas por la luz de este día de eclipse. Bajo los rayos de un sol que se ve diferente, aparece el presente y el pasado, lo bueno, lo malo, lo feo y lo raro.

Entre más avanzaba el eclipse, más bajaba la temperatura. Todo se veía más oscuro y claro. La mirada se va en recorrer el entorno buscando diferencias entre los colores. La nitidez ofrecía una definición alternativa. El momento pide alternar miradas entre el cielo y los costados. Ver los cambios para intentar entender los cambios, la magnitud de la subordinación al sol y la luz que permite todo lo que vive.

Cuesta entender lo que hay que hacer, pensar o decir durante un eclipse. Por mucho que uno sepa científicamente por qué pasan, no es lo mismo saber que sentir un eclipse. Un eclipse tiene emociones precisas que no cuentan con cauce de expresión. No es como el año nuevo que a las doce te abrazas, para el cumpleaños que soplas velas, para navidad que abres regalos, para el 18 que comes una parrilla con vino. En un eclipse no se sabe qué hacer. Es una conmoción paralizante. El efecto tiene desconcierto, la magnitud se expresa como universo y no saber qué pensar se da entre mil ideas y sensaciones de guata, de cuchara y de canilla. Mientras, la luz se oscurece cuando no suele, el sol brilla con menos fuerza de lo habitual y baja la temperatura como nunca.  

En una comuna con tanta lluvia y nubes, no es raro ver cambios de luces impresionantes, pero nunca como la de un eclipse. Eso es otra cosa. Una vez que el momento llegó a su mínimo de luz, a ratos parecía que se quedaría así para siempre. Eso, hasta que paulatinamente el sol empieza a recuperar su lugar y a brillar con la intensidad habitual que tiene diciembre. Fin del eclipse. La luz vuelve. El aire recupera su temperatura habitual. La vida sigue.

Puerto Varas es parte de la región, del país, del continente, del planeta, del sistema solar y mucho más allá, del universo en su conjunto, con todo el infinito y el absoluto que representa. Así, la tierra se entiende en su relación con el agua y con el cielo, tal como los espacios que habitamos se comunican con todo el espacio del universo y su profundo misterio. 

La vida, sobre todo en su cotidianidad, se desenvuelve tanto en el universo de lo infinito como de lo cotidiano. Así se explica que la foto del eclipse es también la foto de un quemador de cocina, de la rueda de una bicicleta, de una rodaja de mortadela, de un cd obsoleto colgando del retrovisor de un auto con miles de kilómetros. El eclipse es una declaración de realidad.

Mucho se ha dicho sobre el tiempo convulsionado que vivimos. La crisis social, la crisis sanitaria, la crisis climática y de extinción de especies, la crisis moral. Llevamos más de un año con la palabra crisis entre todo. Mientras, el universo se mueve tanto que incluso, por momentos, se oscurece el día. La explicación científica de los eclipses es consistente, pero no dice mucho sobre cómo se sienten ni cómo se viven. Pronto se termina un año que pasará a la historia por sus desafíos y dificultades. Fue bueno poder ver el eclipse en Puerto Varas este mes de diciembre.