• 29 de Marzo

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La noticia del robo de un ganso desde el centro comercial Doña Ema recorrió el país. El video que se difundió por redes sociales es cruel. El fuerte graznido del ganso cuando lo toman conmueve a cualquiera. Es claro que el ganso está pidiendo ayuda, pero nadie lo ayuda. El ganso está desesperado y no puede escapar de quien lo atrapa. Sus compañeros con plumas lo miran desde la pileta del centro comercial, pero no pueden hacer nada. El graznido se mezcla con la risa de la persona enmascarada que se lo lleva. Las escenas del video son tristes y dan rabia.

Para los gansos que vieron cómo uno de los suyos era tomado por un par de manos en medio de la noche, tiene que haber sido un momento de terror. Este ataque puede no ser el único. ¿Cuándo será la noche en que alguien enmascarado se lleve al próximo? El temor por la amenaza crece, mientras los cobardes enmascarados huyen en una camioneta con el ganso. El ganso se nota estresado. La crueldad es más nítida al mirar sus ojos desorientados en la parte de atrás de la camioneta. Se le ve en silencio, asumido, en las manos de su captor, quien insiste con la risa. Horas después el ganso fue dejado en el estacionamiento del centro comercial. Todo anónimo. La policía investiga el caso para encontrar a los responsables.

El video del robo del ganso llega a los medios de comunicación locales y nacionales. Los protagonistas del video han podido ver en todas partes sus actos, una y otra vez. Quienes hicieron esto saben quienes son. Me los imagino esperando que la noticia pase, que se olvide, que ojalá no se hable más. Me los imagino comentando los detalles y compartiendo las publicaciones por whasapp, pero usando otras palabras para que no se note. Asustados, nerviosos, asombrados y como divertidos con todo esto. Escondidos en sus máscaras, con el temor de haber sido cobardes, sin querer reconocerlo, multiplicando excusas con explicaciones, ensayando para el momento en que tengan que dar la cara.

Las personas que no vinculan sus vidas con otras formas de vida suelen ver todo lo demás como una despensa a disposición. Los animales son para comer, ropa, instrumentos musicales, muebles o para divertirse haciendo bromas estúpidas. Las plantas y las flores y los árboles son materiales de alimentación, construcción y ornamentación. Todo al servicio de las personas y su ambición, por pasajera, infinita o absurda que sea.

El maltrato animal es el peldaño más bajo de la indiferencia por las otras formas de vida. Es como el canto de los pájaros al interior de una jaula, como los ladridos de un perro que siempre está amarrado, como las gotas de sangre que caen al charco, luego de que el cuchillo ejecuta el abigeato. Es cuando un gato muere atropellado y nadie se detiene a recogerlo, hasta que el cuerpo se incorpora al pavimento, luego de tanto ser aplastado por las ruedas negras.

Las relaciones humanas con el entorno vivo transitan de necesarias a convenientes, con el aliciente de la velocidad y la tecnología, que optimiza la producción y facilita las exportaciones. Así, la relación de las personas con las otras formas de vida se somete a este esquema globalizado de producción, en la multiplicación de las necesidades, servicios y recreación, incluso en lo más excéntrico de su propia naturaleza y ambición. En consecuencia, el cambio climático y la crisis de extinción de especies, provocado por las personas, es una realidad que amenaza también a la vida humana.

La necesidad de límites en las relaciones con la naturaleza tiene que ver con la sustentabilidad como cauce de sobrevivencia para la especie humana, así como con el más íntimo sentido moral de la compasión por las otras formas de vida. Más que un debate económico, es un debate sobre el valor de la vida en su diversidad.

El maltrato animal es síntoma de un fracaso como sociedad. Este caso debe convocar a pensar dónde más hay maltrato y qué hacer para terminar con esto lo antes posible. El robo del ganso puede parecer sólo una broma tonta, pero es también una señal de alerta. Este tipo de crueldad está pasando en Puerto Varas. 

 

Por: Pablo Hübner