• 28 de Marzo

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Es un lugar común decir que el sentido de la navidad se ha perdido y referiremos algunas formas concretas en las que se diluye siendo reemplazado por una especie de espíritu, pero de otro tipo. Veamos.

En 1907, el escritor, Robert Hugh Benson publicó una novela sobre un mundo distópico futurista, obra que, en algún sentido, podríamos denominar “profética”. Se llamó El Señor del Mundo. En ella, Benson hacía alusión a una cultura en la que el “humanitarismo filantrópico” paulatinamente va ocupando el lugar de un humanismo cristiano.

En esta novela, se revela esa “progresiva desacralización o secularización del mundo, basada en una “trascendencia” puramente inmanente. Todo un esfuerzo realizado para que un líder filantrópico imponga una especie de conducta que esconde finalmente un desprecio por la vida de las personas y un intento de manipulación de las conciencias.

Lo que en esta novela se narra, anticipa algo que pareciera no estar tan lejos de la realidad de hoy. Como una andanada, la secularización, en la novela, pero también en nuestra vida al corriente, va intentando subyugar conciencias y someterlas a una especie de cultura donde hablar de Dios pareciera ser de mal tono.

Los portadores de esta cultura encerrada en el paradigma de la subjetividad van cambiando paulatinamente los gestos y símbolos, secularizando, por ejemplo, las fiestas religiosas. Lo que estas fiestas dicen corresponde ya no a una presencia sobrenatural en el mundo, sino a, como diría Nietzsche, una presencia humana, demasiado humana.

En este contexto, el día de todos los santos y el día de los muertos intentan ser sustituidos por Halloween. Algo similar ocurre con la Navidad que parece haber sido reemplazada por una especie de “espíritu de la Navidad”.  Este “espíritu” que recorre el mundo como desde fuera de las personas, como una “corriente de buenismo” que de manera “mágica” nos mueve a portarnos bien con los otros, aunque sea solo por un momento. Ya tendremos un año por delante para volver a ser impelidos a hacer lo mismo por este extraño, íbamos a decir “y casi algorítmico” espíritu rimbombante. En fin, cualquier cosa, menos preocuparnos del niño Jesús.

Pero, para no quedarnos solo con la denuncia y transitar al anuncio, sería bueno volver al misterio de la natividad y la encarnación. Ese que no descolora la navidad y que contiene un mensaje no solo para los cristianos sino para todos los hombres de buena voluntad. En efecto, la navidad es un evento disponible para todos. Para los cristianos, al saber que con la navidad se empieza a hacer patente que las puertas del cielo se han abierto definitivamente para nosotros por un Dios Creador hecho hombre, que se deja matar por sus creaturas para resucitar y mostrarnos la infinita bondad del amor Absoluto.

Este hecho increíble, señala Santo Tomás de Aquino, se condice con la Suprema Bondad de Dios. En efecto, que Dios, hacedor del hombre, se haga hombre, se abaje y anonade, asumiendo nuestra humanidad, solo puede evidenciar que es la suprema bondad y que nos ama.  La profundidad del sentido de la Navidad se relaciona entonces con el sobrecogedor advenimiento del Dios humanado que transforma y regenera la humanidad.

La Navidad ilumina este claroscuro en el que vivimos incluso los creyentes. Nosotros que no somos más que una parvada de pecadores estándar que intentamos vivir lo mejor podemos.

Emilio Morales de la Barrera, director Instituto de Filosofía Universidad San Sebastián

Teresa Pereda Barrales, académica Instituto de Filosofía Universidad San Sebastián