• 19 de Abril

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Miércoles 5 de octubre de 1988. En un país altamente polarizado la sociedad de la época votaba para continuar bajo el mandato del Gobierno Militar o recuperar la democracia. Esa disyuntiva, enmarcada simbólicamente en “Sí” / “No”, convocó en las urnas a un universo de

7.251.933 votantes, alcanzando un 97,53% de participación total. La historia dirá que la opción “NO” se impuso con un 55.99% (equivalente a 3.967.569 votos-personas), mientras que la alternativa del “Sí” logró un 44.01% (equivalente a 3.119.110 votos-personas).

De cara a lo que podría ocurrir el domingo 26 de abril, en el marco del plebiscito de entrada para que Chile tenga una Nueva Constitución, bien podríamos tomar los datos antes mencionados para establecer algunas proyecciones. Partamos de la base de que es altamente probable que la opción “Apruebo” se imponga a la del “Rechazo”. Los porcentajes pueden variar pero me atrevería a decir que oscilarán entre el 60% - 40%, respectivamente. Dicho esto, y observando que la mayoría de los adherentes - votantes del “Apruebo” simpatizan con la opción de “Convención Constituyente” bien podríamos establecer, a priori, que esta será la instancia que deberá converger en la redacción de nuestra Nueva Carta Fundamental.

¿Y por qué en el título de esta columna hago mención al “Deja Vú”? Simple. Hasta el momento, lo que hemos podido observar en cuanto a tono, mensajes e intencionalidad de las franjas (considerando que aún no están dentro del plazo legal de difusión, pero que ya han sido viralizadas en Redes Sociales) es que la opción “Apruebo” (que vendría siendo similar al “NO” de 1988) cuenta con un relato conectado con las demandas sociales, concretamente con la calle. Su intención es hacerse cargo de este nuevo Chile y, bajo ese argumento, urgir sobre la necesidad de una Nueva Constitución que sea representativa de la sociedad actual, una donde tengan cabida (por ejemplo) pueblos originarios y personas pertenecientes al denominado LGTB. Todo siempre en un tono positivo, con elementos de identidad comunes a la inmensa mayoría de la ciudadanía y con foco esperanzador de que las cosas, en Chile (sin compromiso alguno, claro está) serán mejores (similar al ya utópico “Chile, la alegría ya viene) con una Nueva Constitución. Por otro lado, en la vereda del “Rechazo” (equivalente a los adherentes del “Sí”) éstos se han enfocado en el factor miedo más que en argumentar porque es bueno mantener (o reformar lo que sea necesario) la actual Constitución. Todo está enmarcado en el ideario de los catastrófico que sería para Chile una nueva Carta Fundamental, esa Hoja en Blanco que podría ser la puerta de entrada para la concreción del denominado “Chilezuela”. Cierto, en esta pasada no está en juego la continuidad de la Dictadura o volver a ser un país demócrata. Por otro lado hay adherentes y detractores, de ambas opciones, en ambos lados del espectro político. En este último punto, que duda cabe, aquellos animales políticos (con la astucia que los caracteriza) ya están sacando dividendos y por eso apoyan la opción favorita del público. ¿O acaso usted apostaría al caballo que, se sabe, va a perder en desmedro del potencial triunfador con las ganancias que conlleva? Esto es política: aquí no necesariamente mandan las convicciones, pero sí los intereses. No seamos ingenuos.

Como sea, lo interesante de este fenómeno es que existen elementos comunes a lo ocurrido el año ´88 partiendo, por ejemplo, por la extrema polarización y violencia. Un punto no menor y que también, de paso, es una señal inequívoca para que aquellos otrora defensores y garantes de la moderación, agrupados en el casi extinto “centro político”, tomen cartas en el asunto ad portas de una nueva transición que, esperamos, sea siempre y en todo momento beneficiosa para las chilenas y chilenos. Porque sepa usted que, con nueva o actual Constitución, usted igual tendrá que seguir trabajando (en la medida que existan empleos, claro está).

 

Por. Rodrigo Durán Guzmán. Magíster en Comunicación Estratégica, académico y periodista.