• 09 de Noviembre

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Semillas de luz (IV): La nueva frontera de lo humano

Luis Alberto Vásquez M

Gesto Humano


El envejecimiento humano es un proceso natural que comienza al nacer. Cada etapa de la vida representa una forma distinta de aprender, aportar y convivir con los demás y con el entorno. Nos constituye materia y espíritu, somos parte de un universo que nos antecede y nos trasciende. Nuestra existencia se sostiene en los mismos elementos que componen las galaxias, el fuego, el agua, el aire, la tierra y el amor como quinto elemento.   

Desde los primeros tiempos, en base a ingenio y sudor, el trabajo humano y la colaboración han permitido construir comunidades y dar sentido a la vida colectiva. Algunas sociedades han valorado a los jóvenes por su energía y proyección; otras, a los ancianos por su sabiduría y experiencia. Hoy, esa tensión entre juventud y vejez adquiere un nuevo matiz ante los cambios vertiginosos del conocimiento y la tecnología.                                                                                                             

Durante todo el siglo XX el conocimiento fue duplicado, actualmente, esto ocurre en poco más de trece meses cuestión que impide una asimilación cerebral adecuada, hay autores que señalan ¨al término del siglo XXI  tendremos un despliegue tecnológico similar a 20.000 años de desarrollo¨.    

En unas pocas décadas, según la ley de rendimientos acelerados, la inteligencia de las máquinas sobrepasará la inteligencia humana.                                                                                                 

Este ritmo acelerado amplía la brecha entre generaciones: los mayores crecimos en un mundo analógico, mientras los jóvenes habitan uno digital. Lo que antes se transmitía a una velocidad que permitía su asimilación, hoy se difunde en segundos. Las distancias se acortan, pero los vínculos personales se debilitan.                                                                                                                      

Las conversaciones profundas han sido reemplazadas por mensajes breves, y la inmediatez muchas veces suplanta la reflexión.                                                                                                                   

El silencio, bajo las exigencias de rentabilidad, asoma como una pérdida de tiempo.                        

La llamada “singularidad tecnológica” —la posible convergencia entre inteligencia humana y artificial— plantea preguntas esenciales:
¿Podremos conservar la chispa de humanidad que nos distingue?
¿Estamos creando herramientas a nuestro servicio o un nuevo Frankenstein incontrolable.?      

¿Esta concentración de información y conocimiento, será la nueva guardia pretoriana de los poderosos?                                                                                                                                            

El envejecimiento de la población, la reducción de la natalidad y los nuevos conceptos de familia, están transformando nuestras sociedades: pronto seremos menos, más longevos y más solitarios. Ello nos invita a repensar los valores que sustentan la convivencia y el sentido de comunidad.        

La ética, el conocimiento y la sabiduría acumulada por los mayores pueden convertirse en un recurso esencial para orientar este tránsito hacia una nueva era.                                          

Recuperar lo humano implica volver a lo simple: escribir a mano, leer en papel, caminar por la naturaleza, cultivar el silencio, la reflexión, la conversación personal, los abrazos, las miradas y tantos gestos humanos que parecen diluirse. Son prácticas antiguas que hoy cobran una vigencia insospechada frente a la avalancha digital.                                                                                          

La nueva frontera de lo humano no está en el espacio ni en los algoritmos, sino en el corazón consciente que aún late bajo la piel del tiempo. Allí donde la memoria se une con la imaginación, donde la tecnología puede ser instrumento de ternura y no de dominio, se abre el verdadero horizonte de evolución.                                                                                                                        

La brecha generacional y el vértigo tecnológico nos desafían a integrar pasado y futuro, sabiduría y novedad, humanidad y técnica. Nuestro desafío no es detener el cambio, sino hacerlo consciente, ético y al servicio de la vida.


Solo así seguiremos siendo, en esencia, semillas de luz en un universo que aún busca comprenderse a sí mismo.