• 26 de Abril

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Hace algún tiempo ya, que no viajaba de Puerto Varas a Santiago en auto. Son aproximadamente 11 horas de manejo donde hay tiempo suficiente para liberar el pensamiento y entregarse a la reflexión (algo tan escaso en estos tiempos de poco tiempo). Todo era belleza en el paisaje circundante, hasta que un poco antes de ingresar a la región de la Araucanía, el paisaje empezó a ponerse, digamos, monótono. Poco a poco, los campos y los coihues comenzaron a dar paso a macizos de monocultivo de eucaliptus y pino. De pronto, y ya pasadas casi 3 horas de este cambio de paisaje, todo seguía igual. No era posible distinguir en que región estaba, salvo por los carteles de la carretera. El ecosistema circundante ya no era capaz de comunicar su verdadera esencia, ni sus colores, ni sus aromas, ni mucho menos su fauna. Era todo una mono-región salvo algunas contadas excepciones.

Ya a la altura de Concepción, el cielo estaba distinto. El olor a humo de bosque quemado impregnaba todo el recorrido, y el sol ya no iluminaba con su nitidez habitual. A nuestros propios incendios, se nos sumaba el humo viajero de una Australia en llamas. Y mientras todo esto ocurre, los autos siguen camino a sus vacaciones, la gente sigue pegada a sus smartphones, y no nos detenemos a analizar la gravedad de nuestra tragedia.

De ahí surgió la reflexión, de que, entre otras cosas, a mucha gente pareciera no importarle todo esto que ocurre, en gran medida, por que hemos perdido el contacto con nuestra naturaleza inmediata. Las ciudades han hecho retroceder paulatinamente a lo largo del tiempo las zonas verdes que antes gobernaban. Y si bien Puerto Varas aún tiene una escala pequeña, no es de extrañarse que de aquí al poco andar comencemos a notar con mayor claridad como hemos ido perdiendo nuestros árboles urbanos a manos de carteles publicitarios, grandes edificios e intervenciones que han quitado permeabilidad al suelo. Esto sucede, por supuesto, en casi todas las ciudades de Chile, y es una realidad que ha alejado sigilosa pero constantemente el entorno natural del ser humano. Y en ese alejamiento, en esa desconexión inconsciente hemos normalizado esta desaparición de lo verde a nuestro alrededor. El peligro de esta desconexión es que ya no nos percibimos como parte de un sistema vivo, sino que vemos a la naturaleza como un ideal siempre disponible, cercano y aparentemente infinito. De esta forma, vemos con espanto los incendios que ocurren en el mundo, pero desde la comodidad de la televisión o las redes sociales. Es algo que ocurre “allá afuera”, como en otro planeta. Hasta que el humo de Australia llega a Chile y te das cuenta lo pequeño y frágil de nuestro planeta.

Es por esto, por la necesidad de volver a conectarse, que propongo un Plan de Reforestación Comunal, como política general aplicable en todas las comunas, no solo por el beneficio a la salud mental de la población, no solo por su riqueza paisajística y estética, sino que, principalmente, por la necesidad imperiosa de volver a conectarnos con la naturaleza. La urgencia de volver a tener cerca este mundo verde que se ve en la tele como un recurso infinito y siempre disponible. Urge retomar la conciencia del sistema vivo al cual pertenecemos. Volver a sentirlo, olerlo, tocarlo, verlo muy de cerca. Y al sentir este sistema vivo mas parte de nuestra vida cotidiana, probablemente nos afectaría mas saber de un incendio, o del exceso de monocultivo que depreda nuestro equilibrio natural.

Cuan beneficioso sería que los municipios incentivaran la reforestación por parte de sus habitantes a través de algún subsidio verde, de establecer un par de días al año para la entrega de árboles nativos. Una familia = Un árbol, y generar instancias de participación ciudadana activa (no teórica) de reforestar tu vereda, tu barrio. Es una idea de muchas que podrían ejecutarse de forma simple y directa para aportar el grano de arena que nos corresponde en estos tiempos urgentes.

 

Rodrigo Eterovic